lunes, 22 de diciembre de 2014

Juegos noctámbulos

Se deslizaba al ritmo de la última canción de moda, los brazos acompasados en dirección a las luces alternas que desembocaban en la pista. Sus labios rojos eran el fin de cualquiera, sus piernas prolongándose más allá de las sombras, de la ciudad, sin límites que las contuvieran. Cómplice de unas caderas despiadadas, traviesa su melena rizada. Cerraba los ojos y seducía con unas larguísimas pestañas, los abría y cautivaba en verde esmeralda. Dulcificaba los labios en breves intermitencias al compás del estribillo, insinuándose humana. Se acercaban lobos solitarios, otros en manada, pero ella no escuchaba, dejando que la indiferencia desvaneciera aullidos y dentelladas.
Alguien más la observaba con intensidad, extintos los focos, donde la melodía apenas destacaba. Un águila imperial derritiendo un cuerpo en oro y plata. Los únicos ojos que podían palparla.
Se acercó con sigilo, accediendo a su muralla.
- ¿Sabes que en el fondo no bailas tan bien? –le dijo.
Ella interrumpió el ritual, todo movimiento, y miró eclipsada. Las luces parecieron dejar  de enfocarla.
- Enseñarme tú. Te estaba buscando.
- Pues ya te he encontrado. Deja el juego. Me llamo Susana.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Pies que se arrastran

Arrastraba los pies como si hubiera venido al mundo con ese rutinario movimiento. Lento, sereno, sin prisa. Sobraba arena y menguaba la brisa bajo aquel sol que exhibía poderoso su reinado. Y sin embargo, esas plantas que tiempo atrás gemían en silencio ahora ya apenas las percibía, apaciguados sus sentidos en algún sombrío recoveco.
Horas después remolcaba esos mismos pies por aceras y calzadas, sin siquiera percatarse de que hacía rato que el monarca se había rendido ante una dama de blanco. Hizo recuento de la mercancía vendida: muy pocos relojes, más gafas y unos cuantos vestidos. Viajó su mirada entre los moribundos vaivenes y atravesó con ansia y desazón el Estrecho. Y se permitió cinco minutos, ni uno más ni uno menos, para esbozar cómo sería un día de asueto, cómo vibraría el cuerpo de Annara bajo sus caricias, qué carita asomaría el niño bajo aquel cielo de perlas. Se perdieron sus ojos en esas aguas ni tan mansas ni tan tibias. Regresó aprisa y sepultó los cada vez más lejanos recuerdos. Y ya sólo pensó en descansar algo y agradecer la llegada de un nuevo día.