Le atrapó la fragancia cuando quedaban
apenas un par de metros para cruzarse, vencida de súbito por la nostalgia. La
reconoció al instante. Un aroma fresco, con algo de cítricos y algo de flores.
Cómo olvidarlo. No lo había vuelto a oler desde entonces. Pasaron el uno al
lado del otro. Ella paró en seco sus pies y se dio la vuelta. Lo contempló ya de
espaldas, alto, como era él, aunque mucho más encorvado. Las canas cubrían su
cabeza y caminaba despacio, lo normal a aquellos años. Pero cómo iba a ser él, sólo
un viejo más entre tantos.
Cuando alcanzó el cruce entre calle y
calle no había podido liberarse de la intensidad de esa colonia y de sus
recuerdos, viajando aprisa en el tiempo. Giró de nuevo el cuello para observarlo
y cerciorarse, pero ya apenas percibía nada más que sombras diluidas en la
noche. Se quedó allí quieta evocando tiempos pasados, cuando su voz era
melodiosa y su piel tersa, tan suave al tacto, sin saber que aquel anciano
también se había dado la vuelta y la estaba ya recordando.