Tomé entre mis manos aquel último vestido.
Del rosa de los cerezos, apenas estrenado y ya se me hacía viejo. Escuché su
latido. Acerqué mi rostro a la tela, arrimé la nariz para percibir la sal de un
mar lejano, la arena coralina, las conchas desterradas por el suave oleaje
hacia los cocoteros. Deshice los nudos de sus tirantes, agarré sus pliegues y
lo abracé entero, sigiloso entre mis dedos. Volví a sumergirme en su memoria y respiré
una y otra vez absorbiendo imágenes. Un último suspiro e introduje el vestido
en la lavadora. Apreté el botón y aparté de allí mi mirada de lágrimas clandestinas.
Después, dudé si aquel viaje fue real o sólo otra ilusión entre mis desvelos.