No hace mucho le preguntaba a mi madre, muy
anciana y ya olvidadiza, si recordaba cuando engrasaba la cerradura de la puerta
para facilitarle la entrada a mi padre. Dijo que no, que eso me lo estaba
inventando. Que sí, hombre, te tienes que acordar. Pensabas que así igual se
pasaba alguna noche. Que cuando iba borracho era incapaz de atinar con la llave.
Y yo siempre pendiente del sonido de aquella cerradura por si volvía para quedarse
del todo. Porque al menos él no me golpeaba hasta sangrar. ¿De verdad no te
acuerdas, mamá?