miércoles, 1 de junio de 2016

Sardinas en lata

- ¡Dime un motivo para no dejarte ahora mismo! Vamos, ¡que me lo digas!
Ella arrojó sobre Nacho aquellos ojos sin brillo. Entraron en casa y antes de cerrar la puerta se abrió la de enfrente y asomaron unos labios muy rojos y unas piernas muy largas y finas.
- Espera. ¡Nacho! ¿Otra vez tu señorita? Pero ¿qué le pasa? ¿Qué coño? ¡Qué harta estoy!
- No lo sé aún, Paula. Lo siento... Ahora mismito lo arreglo.
Nacho amortiguó un portazo mientras su compañera se paraba en mitad de la cocina. Demasiado callada y con la cabeza lamida.
- No te dejo porque te quiero demasiado. Claro, ése es el motivo, ¡cuál si no! Pero ya van tres días seguidos, ¡tres! ¿Lo sabes, no? ¡Claro que sí! ¡Si tú lo sabes todo!
Cogió un rollo de papel y lo fue despedazando, aglutinó después unos cuantos trapos empapados en agua. Volvió al rellano con una repentina culpa a sus espaldas.
- Ay, mi señorita. Perdóname. Si sabes que no lo digo en serio. ¡Cómo te voy yo a dejar!
Ella pareció reaccionar a aquellos tímidos halagos. Sus pupilas despertaron. Mientras tanto, los labios del 4º izquierda irrumpían de nuevo frente a ambos.
- ¡Que huele fatal! ¡Y se me mete por toda la casa! ¡Y que ya está bien! ¡Y que…!
- Y que ahora echo algún flus flus, vecina. Si me dejas que termine de recoger, claro…
Se ahuyentaba su mente de aquel sainete cuando le sobrevino la imagen de las latas de sardinas que cenó las últimas noches. Ella había lamido el plato y a partir de ahí había ido dejando de mover el rabo. ¿Sería eso lo que le provocaba diarrea? ¿Pero por qué en el rellano?, rumiaba mientras lustraba cada baldosa con Paula y sus brazos en jarras, el entrecejo disparando lava y algún que otro ácido. Y al fin, se le encendió la bombillita.
- ¿Sabes, Paula, que hace poco estuve a punto de decirte que saliéramos a tomar unas cañas? Te lo juro. Pero a punto a punto. Y hasta pensé en invitarte a cenar. ¡Y al teatro!
- ¿De verdad, Nacho? –Paula se irguió como un pavo real y se lamió una comisura.
- Sí. Pero ya no, ya no. Ya no pienso volver a pensarlo. Ah, y lo del flus flus… Tampoco, hija, tampoco –concluyó frente a la renacida mirada de diosa de Señorita, que giró sobre sus patas y se adentró en sus dominios volviendo a menear el rabo.

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