jueves, 21 de julio de 2016

Sin alarmas

Fermín despacha un besugo para la espalda, unas rajas de merluza y medio kilo de almejas. Limpia unos boquerones, descabeza unas gambas para la señora con reúma mientras finge escucharla. Al día siguiente se jubilará tras 40 años afilando el cuchillo y limpiando espinas, cederá el puesto a su hijo y a su nuera. Descansarán sus manos, sus piernas y su espalda encorvada, dormirá sin estrépitos y sin alarmas. Abandona el mercado con la luna encendida y la sonrisa nacarada. Horas después se acuesta imaginándose con su periódico en el parque, llevando a Matilde adonde ella quiera, cualquier mañana.
Suena el despertador, son las cinco, la oscuridad es plena y aún duermen las aceras y los pájaros. Fermín no se levanta. Matilde le avisa extrañada, eleva su voz, le grita que es su último día, le sacude y voltea su cara con fuerza. Enciende la lamparita y le observa sin pestañas. No ha llegado a tiempo. Ya es tarde. Fermín descansa sin desvelos terrenales ni amaneceres tempranos mientras su cuerpo se va cubriendo de brillantes escamas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario